DÍA 1 NOVIEMBRE. SINGAPUR
Bye bye Australia. Pensé que la despedida iba a ser más traumática. Probablemente la compañía aérea con la que viajé desde Sydney a Singapur me despistó de reflexionar sobre mi estancia en Australia y acompañar la nostalgia con alguna lagrimilla. El logo de letras negras sobre fondo amarillo de Scoot se asemeja más a la marca de una caja de galletas que al de una compañía aérea. Los uniformes, en un sobrio negro combinado con un amarillo cegador, recuerda a los Power Rangers. Parecían súper héroes dispuestos a levantar el vuelo sin necesidad de un avión. Durante los trámites del despegue sonaron los mejores éxitos de los 40 Principales. Eran las 22 horas. Cuando aterrizó en Singapur a las 3 horas, retomaron los temazos. Entre medias, juro haber visto luces de varios colores proyectadas en las paredes del avión. Con semejante ajetreo, me fue imposible sumirme en la melancolía.
Hasta que dio una hora razonable para comenzar el día con un mínimo de fuerzas, dormimos en el aeropuerto de Singapur en un enorme puff negro y redondo, más propio de la mansión Playboy que de la decoración de un aeropuerto.
Lo primero que hicimos fue liberarnos del equipaje y dejarlo en la habitación reservada a través de Airbnb en el barrio de Punggol. Singapur tiene una extensión de 720 kilómetros cuadrados y está formado por más de 60 islas. En vista de las dimensiones del lugar, me cuesta hablar de Singapur como país, lo siento más como una gran ciudad. Sin embargo, para el ya mencionado ridículo tamaño, fuimos a pagar por un alojamiento localizado a varias lunas en transporte con respecto al centro histórico. Bravo por nosotros. Al llegar, el dueño nos dio la bienvenida con un listado de normas de convivencia (compartíamos apartamento con él y su familia). Habíamos llegado a Singapur y su obsesión por las prohibiciones y normas de buena conducta. Cuando me advirtió que tenía que tirar tampones y compresas a la basura mi curiosidad casi le pregunta cuáles eran las otras opciones de desecharlos, pero me mordí la lengua.
Después de media hora de charla marcial con el dueño del Airbnb decidimos ir hasta el barrio de Downtown y hacer una ruta circular por el río. Comenzamos por el edificio de Esplanade – Theatres of the Bay, dos cúpulas con paneles de aluminio orientados en varias direcciones para garantizar al máximo la entrada de luz natural. Este punto ofrece unas magníficas vistas de la lujosa Marina Bay.
Al lado de este singular teatro está el Merlion del Merlion Park, símbolo nacional consistente en una fuente con cabeza de león y cuerpo de pez y donde todos luchábamos por conquistar un mísero espacio para hacernos una instantánea. Esta criatura fantástica alude al pasado pesquero del país, cuando éste se conocía como Temasek, mientras que la cabeza del león recuerda al nombre actual del país: Singapura o «ciudad león», que vino a sustituir al de Temasek.
Continuamos hasta Clarke Quay, zona con casas de antiguos almacenes rehabilitados donde se pueden encontrar tiendas, restaurantes y locales de copas. Esta zona es muy animada para tomarse algo por la noche.
Terminamos en Marina Bay. En esta bahía está localizado el complejo arquitectónico de Marina Bay Sands. Entre sus edificios destacan el Art Science Museum emulando a una flor de loto o las tres torres hoteleras con más de 2500 habitaciones coronadas por el Sands Sky Park, una plataforma que imita la silueta de un barco y que cuenta con la piscina elevada más grande del mundo situada a 200 metros de altura. Aquí nos tomamos una copa en la terraza CÉ LA VI y vimos el espectáculo de luces y sonido de la bahía. El hotel alberga el casino propiedad del grupo las Vegas Sands, que cuenta con algunos de los hoteles más importantes de Las Vegas o Macao.
Empachados del despliegue de lujo de la bahía, nos dispusimos a abordar el eterno retorno al cuartel militar de Punggol.
DÍA 3 NOVIEMBRE. SINGAPUR – MALASIA
Acabamos de cruzar la frontera de Malasia y vamos de camino a Malaca. Retomando nuestro último par de jornadas en Singapur, el segundo día en este nano-país lo invertimos en Botanical Gardens y el descubrimiento inolvidable de Telok Blangah Hill Park. Si tuviera que hacer una valoración de este lugar, serían cinco estrellas sobre cinco con una extra. Los puentes y pasarelas que atraviesan el parque son espectaculares, con quiebros en zig zag que los hacen parecer serpientes adentrándose en la frondosidad del lugar. No obstante, subir andando cuestas y escaleras hasta llegar al puente de Handerson Waves con calor y humedad sofocantes pueden convertir la visita turística en un deporte de alto riesgo. Dado que he sobrevivido, siento la obligación de escribir sobre este lugar y subrayarlo, repito, como un imprescindible en este país. Nosotros llegamos hasta Alexandra Arch porque estaba atardeciendo, pero el recorrido acaba en Canopy Walk.
Terminamos el extenuante día de calor húmedo en Chinatown. Nuestro recorrido fue corto y desinteresado debido al cansancio que arrastrábamos, así que no puedo hacer una valoración fiel del lugar. No obstante, los viajeros suelen recomendar este barrio singapurense, así que imagino que merece la pena perderse por sus calles con más tiempo y visitar las dos mezquitas y el templo hindú situadas en él.
El día siguiente hicimos compra para el desayuno en el mercado ubicado al lado del cuartel militar de Punggol. Seleccionamos en uno de los puestos un par de bollos de 50 céntimos de euro al cambio que nos parecieron magdalenas lo suficientemente consistentes como para aguantar varias horas de caminata sin comer. Eran lo que mi madre habría calificado como «un mazacote». Cuando me animé a hincarle el diente se acercó un local muy desconcertado para informarme de que ese bollo no era para consumo digamos «humano», si no un bollo sagrado destinado como ofrenda a Buda. Azorada, envolví de nuevo el antes «mazacote» y ahora ofrenda al dios Buda y me disculpé. El hombre se lo tomó como una anécdota divertida que seguro contaría a la familia nada más atravesar el umbral de su casa. Teniendo en cuenta que la torpeza puede equipararse a haber entrado en una iglesia y rellenar la botella con el agua bendita, creo que salimos bastante airosos del malentendido.
Alentada por unas recomendaciones que leí, cogimos el metro hasta Bras Basah.Bugis para hacer un recorrido histórico por el barrio cultural de Singapur. Probamos en el local Rochor Original Beancurd un soyben milk y un portuguese tart; visitamos Sri Krishnan Temple, uno de los principales templos hinduistas del país; el templo chino Kwan Im Thong Hood, el cual recibe una gran cantidad de devotos por ser uno de los templos budistas más relevantes de Singapur; y también accedimos a la National Library, cuyas dimensiones colosales nos sorprendieron, y subimos a la terraza de la planta décima para contemplar las vistas que ofrece. Una vez recorrido Bras Basah.Bugis, aconsejaría invertir más tiempo en Chinatown y acortar el itinerario de esta zona, pues tampoco sentí que fuera un barrio muy interesante desde el punto de vista histórico – artístico.
En Little India comimos en Tekka Market por una excelente relación calidad – precio y visitamos a continuación el templo hinduista de Sri Veeramakaliamman. No pudimos alargar más nuestras incursiones turísticas porque habíamos quedado en un punto con Esther, una amiga de hace 15 años que venía de visita desde España para unirse a nuestros viajes por Singapur y Malasia. Ver a Esther supuso una inyección de energía, fue un reencuentro «levanta ánimos».
El tercer y último día lo habíamos reservado para ir con Esther a los espectaculares Gardens of the Bay, cuya arquitectura y originalidad casi dejan sin batería mi cámara. La visita cuenta con una zona gratuita de varios tipos de jardines cuyo atractivo lo acaparan los Supertree, 18 súper torres de entre 25 y 50 súper metros que son auténticos súper jardines verticales cuya forma imita ingeniosamente a los árboles. Además, cuentan con paneles solares que nutren de energía el parque por la noche y almacenan el agua de lluvia como sustento para las plantas. Y como estamos en un país obsesionado por las alturas, no podía faltar la súper pasarela que une dos súper árboles desde donde se tiene una magnífica vista panorámica de los jardines. Por cierto, está prohibido volar la cometa en esta súper pasarela… Una lástima, había viajado a Singapur con el sueño de subir 22 metros de altura y jugar con la súper cometa que siempre llevo en la mochila.
También visitamos los dos invernaderos de pago: Flower Dome, con un catálogo de plantas de todas partes del mundo, y Cloud Forest, el cual recrea un clima húmedo tropical dado en regiones montañosas del sudeste asiático, centro América y Sudamérica situadas entre los 1000 y 3000 metros de altitud. Dentro de éste último, una compleja estructura de varios niveles imita a una montaña con la cascada de 35 metros en interior más grande del mundo. La montañita se puede visitar a través de intrincadas pasarelas.
Y después de Gardens by the Bay y sus súper alturas abandonamos el país dirección Malasia.
Como valoración general, Singapur es una sociedad inquietante plagada de carteles con prohibiciones y normas de buena conducta. He hecho una colección bastante completa de fotos que ilustra esta curiosidad. Mi nuevo amigo Rodrigo tiene la teoría de que hay un Ministerio de Carteles con una partida presupuestaria superior a los gastos de presidencia. A finales de año, cuando hay que gastar el remanente del presupuesto, crean carteles tan ridículos como “prohibido acampar” en el jardín botánico o “prohibido liberar animales”. Estos carteles han alimentado mi imaginación y dado buenísimas ideas que nunca antes habían pasado por mi mente. Así, cuando vuelva a España, patinaré por la autopista en sentido contrario, soltaré una familia de conejos en el Retiro para devolverles la libertad y subiré a la terraza de las Escuelas Pías a volar mi cometa. Con suerte, ni me multan; en cambio en Singapur si infringes la ley, recibes latigazos o la pena de muerte. Tal cual.
Desde el punto de vista arquitectónico, la megalomanía del país lo hace parecer el Egipto del siglo XXI, con el añadido de ese empeño en integrar el urbanismo en los espacios verdes, de hacer de Singapur un “City in the garden” en vez de “Garden in the city”. Por ello, la arquitectura, con su grandiosidad y estética orgánica, se retuerce y curva en un intento genial por imitar a la naturaleza.
Por último, para aquellos que disfruten yéndose de compras, Singapur está completamente orientada a turistas ávidos de consumo que encontrarán centros comerciales por doquier y un escaparate de escaparates en Orchard road, donde se localizan las tiendas de lujo.
En fin, quizá me haya impresionado tanto porque es el primer país asiático que visito. Sea como fuere, lo recomiendo para dos o tres días y combinándolo con otro país. En mi caso, seguramente de estar más tiempo habría acabado entre rejas por nadar en la fuente de un parque.
Thank you, Singapur.