DIA 4: EAST SIDE GALLERY Y KREUZBERG
A pesar de ser nuestro último día en Berlín, podíamos aprovechar el tiempo porque el vuelo salía tarde – noche. En tu caso, si estás interesado en visitar algún museo, te recomiendo que inviertas esta mañana y eches la tarde en Kreuzberg, e ir a East Side Gallery cualquier mañana de los días anteriores.
Nuestra primera parada fue East Side Gallery, un museo con murales al aire libre con los mayores restos de muro conservados, 1316 metros de longitud. El lugar se encuentra en la calle Mühlenstraße, entre la estación de Ostbahnhof y el barrio de Kreuzberg, por lo que nosotros estábamos literalmente pegados nada más salir del hotel Schulz.
El muro de Berlín cayó el 9 de noviembre de 1989, fueron los propios berlineses quienes lo derribaron. Al año siguiente, cientos de artistas de diferentes partes del mundo expresaron la euforia provocada por este acontecimiento a través de murales con imágenes de libertad, alusiones a los años de la guerra fría y algunas proclamas reivindicativas. El resultado, 106 pinturas murales en los restos conservados del lado este del muro, de ahí el nombre East Side Gallery. A raíz del vandalismo y el paso del tiempo los murales quedaron bastante dañados, por lo que se llevó a cabo un restauración en los años 2000 y 2009. Entre las pinturas más conocidas está el Trabant atravesando el muro, obra de Birgit Kinder, el coche típico utilizado en la Alemania oriental y una alusión a todos aquellos que intentaron escapar; otro mural famoso es el fraternal beso socialista entre el presidente de la RDA Honecker y el líder soviético Brezhnev, de Dmitri Wrubel. En este último fue imposible hacerse una foto, estaba flanqueado por turistas y parecía el photocall de los premios Goya. Había bastantes españoles, por cierto. Tampoco me sorprendió, en Berlín he practicado casi más el castellano que el inglés. He llegado a la conclusión de que los vuelos tirados de precio de Ryanair y los tour gratuitos son un señuelo demasiado atractivo para nosotros los españoles.
Finalizado el recorrido por la East Side Gallery volvimos sobre nuestros pasos y cruzamos el puente Oberbaum sobre el río Spree, antiguo paso fronterizo para los alemanes del sector occidental. Al otro lado nos esperaba Kreuzberg, el barrio turco de Berlín también conocido como “la pequeña Estambul”, debido a los inmigrantes de este país que desde los años cincuenta llegaron a Alemania como mano de obra para reconstruir el país.
Kreuzberg es célebre por su carácter reivindicativo y anticapitalista en los años de guerra fría y posteriores. El precio bajo de sus alquileres atrajo a estudiantes, artistas y gentes con pocos recursos, muchos de ellos protagonistas de las protestas frente a la situación política alemana. Tras la caída del muro y ante la existencia de tantos pisos vacíos los cuales se pretendía derruir para su posterior renovación en bloques de viviendas y negocios, surgió el movimiento okupa de los 90. Köpi, como se conoce a la casa de Köpenickerstr, es de los pocos ejemplos que quedan hoy día de aquéllos años de cultura underground y punk.
Tras cruzar el puente, hicimos una primera parada en el café museo de los Ramones, con un peculiar camarero sumamente centrado en colocarse los pelos de la melena mientras se miraba en la cámara del móvil (quizás le estaba preguntando quién era el más guapo del café museo de los Ramones). Dejamos el café y al camarero para echar un vistazo a la mítica Köpi, básicamente un bloque de viviendas en estado de abandono con tiendas de campaña valladas en los jardines y con carteles que prohiben hacer fotos por motivos de respeto. Actualmente viven unas 60 personas que consiguieron resistir al desalojo de las instalaciones para reconvertirlas en lugar comercial y residencial, llegando con el propietario a un acuerdo de alquiler. La Köpi cuenta, entre otras cosas, de un comedor con menú vegetariano, cine gratis y conciertos de techno y punk.
A continuación inicié la caza de alguno de los grafiti más conocidos de Kreuzberg en compañía de unos padres helados a punto de acabar sus días como el señor Walt Disney. El primero que vimos fue el mural “Yellow man” de Os Gemeos, entre Schlesisches Tor y Oppelner Straße. Me había apuntado un tanto. El siguiente que avistamos fue otro mítico, Hanging Dead Animals de ROA, en Oranienstraße/Manteuffelstraße. A continuación busqué Astronaut Cosmonaut, de Victor Ash… Con este no hubo suerte. Por lo visto está en Mariannenstraße, pero no di con él. Pregunté a un gallardo transeúnte alemán por el paradero del astronauta, que así dicho y fuera de contexto estaba en su derecho de pensar que estaba loca (o en la luna). Le expliqué que era un mural muy conocido en Berlín (menos por él), lo buscó en Google, pero no nos quedó claro su ubicación. El alemán gallardo se despidió, pero al rato volvió donde estábamos para explicarme que creía saber dónde estaba. Le di las gracias con un suspiro de enamorada y le dejé caer que volvería a Berlín para buscarlo en otro momento (al astronauta, me refiero), no quería ser la responsable del deceso de dos viejitos madrileños en Kreuzberg.
También vimos el bar SO36, cuyo nombre alude al antiguo sistema postal de Berlín. Este local es conocido por su estilo punk en los setenta y estuvo frecuentado por artistas de la talla de David Bowie o Iggy Pop. hoy día se siguen haciendo conciertos a parte del bingo del barrio.
Comimos en café Klas, un local barato regentado por turcos y, como nos sobraba tiempo, cogimos el tren en Ostbahnhof hasta Hackescher Markt para tomarnos en el café Hackescher Hof una excelente apfelstrudel con helado de vainilla. En la entrada de este café verás al omnipresente Ampelmänchen, el muñeco verde de los semáforos en la antigua RDA que hoy día goza de un potente merchandising. Tras la caída del muro se trató de estandarizar todos los semáforos, hasta que la presión popular consiguió frenar la medida y con ello, reponerse los semáforos antiguos.
Finalizada la merienda, volvimos al hotel y recogimos nuestras cosas. Habíamos sobrevivido a las temperaturas berlinesas y, lo mejor de todo, habíamos disfrutado de esta ciudad tan singular. Y es que Berlín es una ciudad que hay que “vivirla”, con una historia apasionante que contar en cada esquina y lugar. Definitivamente, volveré. Danke, Berlín!